JAPÓN: DEL FEUDALISMO AL ÚLTIMO SAMURÁI

Japón, siempre cargado de misticismo. Nación milenaria y guerrera. Y cómo no, cuna de grandes artistas clásicos y contemporáneos. El cine no es excepción de ello.

Pintura del siglo XIX – El líder de un clan derrotado se ata él mismo a un ancla para lanzarse al mar

Te pongo en CONTEXTO

Desde el feudalismo japonés hasta la llegada de la revolución industrial que terminó con la figura del representativo guerrero japonés.

Hokkaido, Honsu, Kyushu y Shikoku, las cuatro grandes islas que conforman el país, han visto pasar los siglos salpicadas por encarnizadas luchas de poder que poco a poco fueron confeccionando las bases de un territorio hermético y único en el mundo por sus singulares costumbres y tradiciones bajo la mirada del emperador.

La figura del emperador nace en el 660 antes de Cristo, este fue quien unifico la mayor parte del territorio japonés. Su nombre era Jinmu y se dice que era hijo de la mismísima diosa Amaterasu la que, según la mitología, formó las cuatro islas de Japón con sus propias lagrimas caídas del cielo. De ahí viene el carácter divino de esta figura.

Que hubiese un emperador, no quiere decir que el país hubiese estado siempre unido bajo un mismo orden. En el año 1068 el emperador Go Sanjo instauró un nuevo tipo de gobierno que intentaba restaurar la autoridad imperial y terminar con el control de las grandes familias o clanes eliminando ciertos privilegios que estos tenían. Realmente la figura más poderosa del japón feudal era el Shogún o «comandante de los ejércitos». Este era el protector del emperador, y quien dictaba las leyes de Japón. Este titulo debía otorgarlo el mismísimo emperador y evidentemente, se lo llevaba el líder del clan más poderoso, sus predecesores eran aquellos que conseguían derrocarlo.

La reforma de Go Sanjo se cargó definitivamente a los Fujiwara, quienes habían sido la familia más cercana al emperador durante 4 siglos, ya que ésta dio pié la rebelión Hogen en 1156. Se desató una guerra civil entre los dos clanes más poderosos; los Taira y los Minamoto. El conflicto terminó en 1185 con la aniquilación de los Taira y dejando a Yorimoto Minamoto como vencedor. Este recibió el título de shogún y la forma de gobierno en Japón pasó a ser una realeza feudal sometida a los designios del nuevo líder. Esto funcionaba como cualquier otro linaje conocido; soberanía hereditaria hasta que otro clan los consiguiera destronar y ocupar su puesto. Y sí, con esto comenzó el termino conocido como shogunato.

Como pasaba en las naciones occidentales, durante el feudalismo, los jerarcas se centraban en fortalecer sus ejércitos y la cultura quedaba relegada en los monasterios budistas y sintoistas, religiones imperantes en Japón. Mientras tanto, el país seguía herméticamente cerrado al exterior.

Varios fueron los que ocuparon el cargo de shogún, aunque los que de verdad manejaban el cotarro eran los Shikken, estos eran los lugartenientes del Shogún. En 1203, el título de Shikken lo ostento Hojo Tokimara, este era un samurái miembro de la guardia real.

Los samuráis eran, por así decirlo, la policía del reino, los defensores de las diferentes familias, ya fueran clanes guerreros o de comerciantes. Para ellos lo más importante era la protección y la servidumbre a su señor. Con un sentido del honor y de la lealtad mayúsculo, preferían morir antes que caer en la deshonra, y si este camino era su cruel destino, ellos mismos se arrebatarían la vida siguiendo el tradicional acto del seppuku. Entendamos que morir en batalla era un honor, y su destreza tanto con armas, empuñando sus katanas, como con las manos, los convertía en una de las unidades de combate más excepcionales que ha conocido la historia. Los samuráis se valían de un código ético llamado Bushidō que viene a ser «el sendero o camino del guerrero».

Otro tipo de guerrero japonés famoso, y sé que si no lo digo alguno se me va a mosquear, eran los ninjas. Mayoritariamente mercenarios de origen plebeyo especializados en el sigilo, el asesinato y sobretodo la recopilación de información. Dicho esto, lo del cine sobre ninjas mejor para otro día. Seguimos.

China era fuente cultural de la que Japón ha bebido, lo mismo que ocurría con Corea, aunque esto es un tabú y crea cierto recelo confesar tal cosa en un país tan nacionalista como Japón. Y sí, amigo, el nacionalismo es muy malo. En los años siguientes, durante el shogunato de Kamakura, los mongoles conquistaron el trono de China, así que el país continental pasó de ser un aliado comercial a ser un enemigo que intentó invadir en diversas ocasiones las islas fracasando estrepitosamente en dos ocasiones. Fue entonces cuando aquellos que defendieron el país de los mongoles, azote oriental donde los haya, reclamaron tierras y derechos a modo de recompensa. Esto desembocó en otro conflicto que desestabilizó el shogunato, así que el emperador del momento Go-Daigo se puso a repartir cera hasta acabar con Hojo. Luego llegó el «antiemperador» Ashikaga Takauji que hizo que el mismísimo emperador tuviera que salir a esconderse a las montañas y así poder tomar el poder. De esta forma encontramos un nuevo sistema bajo el segundo shogunato, el de Ashikaga, donde se premiaba a los fieles con parte de las ganancias tras las victorias, ya sea en forma de títulos, tierras o tesoros garantizando así la servidumbre. Esto creó una nueva forma de jerarquía, la de los Daimyo.

Siglo XII, los Daimyo eran los señores y estos partían la pana, era un sistema feudal muy parecido al europeo. Así pues, mientras los pueblos eran presa de los sabotajes de bandidos o clanes con afán de poder, uno podía rendir pleitesía a uno de estos señores y recibir a cambio su protección. ¿Te suena la Yakuza? La mafia japonesa de hoy día dice ser la consecución de los antiguos clanes que ofrecían protección a cambio de servidumbre y algún que otro impuesto. … … … Pues eso.

Llegamos al siglo XIV, estamos en la era Muromachi y el poder de facto lo seguían ostentando los señores feudales. Mientras tanto, el desgobierno y las tortas se seguían sucediendo. Ashikaga Takauji, el «antiemperador» fue nombrado shogún y de esta forma puso algo de orden. El shogunato de Ashikaga contó con varias sucesiones hasta que Ashikaga Yoshiaki, decimoquinto Shogún de la era Muromachi, fue derrotado por Oda Nobunaga, un Daimyo que buscaba la unificación total del país. De todas formas, la luchas de poder siguieron fragmentando la nación, muy a «la yugoslava». Pasaron distintas eras; la Nanbokucho en la que las luchas de poder fragmentaron aún más el país o la Sengoku (kamehameha), donde el país estuvo sumido en una guerra civil de más de cien añazos.

Como dato interesante, decir que durante el segundo periodo de la era Muromachi, fue cuando los Nanban (bárbaros del sur), llegaron a Japón. Holandeses, Españoles y Portugueses aparecieron y enseñaron a esos distinguidos orientales su religión, sus extrañas barbas y lo que más les gusto a los señores del lugar, los mosquetones. Una comitiva portuguesa les mostró, dejando por el camino a un pato tieso, que se podía matar de forma más práctica y más segura. Esto, claro está, no ayudo a pacificar mucho las cosas.

Saltando en el tiempo…

Llegó la era Edo, o periodo Tokugawa, del shogunato de Ieyasu Tokugawa. Siglo XVII. En años anteriores, los japoneses abrieron su país a muchas influencias extranjeras en diversos ámbitos, el cultural y religioso o el militar. Este Daimyo convertido en shogún quiso hacer ver que tanta chuminada extranjera era peligrosa para el país, especialmente ese Dios cristiano basado en la fe católica. Así que decidió cortar por lo sano y expulsar a todos los extranjeros, cargándose a unos cuántos por el camino. Este periodo terminó con el shogunato tal y como se conocía y dio paso al periodo imperial al uso que, pese a los últimos cambios que japón a sufrido tras la segunda guerra mundial hasta nuestros días, es el más o menos imperante desde entonces.

Siglo XIX, año 1854, se firma el tratado de Kanagawa. Esto supuso el origen de las relaciones comerciales entre los Estados Unidos y Japón. Un acuerdo del que otros actores como Inglaterra, Rusia o Francia sacaron también grandes beneficios gracias a los nuevos acuerdos mercantiles. Llegó al fin una apertura propiamente dicha del hermético país. Impuesta en cierta medida por los asesores del emperador. Esto benefició que Japón viviese su propia revolución industrial y se modernizara. Se construyeron, entre otras cosas, una red ferroviaria propia de la época, aunque uno de los puntos fuertes donde se notó este avance fue en el mismo ejército imperial.

Los samuráis, vivieron con recelo que los «bárbaros» extranjeros comenzaran a traer sus maquinas y gestionaran bajo su supervisión semejantes cambios. Apareció pues el movimiento shishi, que venia a ser algo así como «hombres de altos ideales». Un movimiento nacionalista que se basaba en dos conceptos. El sonno; reverencia al emperador, y el joi; expulsar a los bárbaros. Entra en escena Yoshida Shoin, un intelectual de la época, samurai y muy nacionalista. Comenzó una campaña de desprestigio a toda la corriente aperturista que se estaba llevando a cabo. Así pues, acabo montando una revuelta con el objetivo de derrocar al Shogún Keiti, pero quien acabo siendo detenido y ejecutado fue el propio Yoshida. Poco después el mismo emperador Mutsu Hito dejó que el propio shogún fuera descabezo de su rango por sus rivales y así alcanzar el poder absoluto. En ese momento el militar y príncipe Tokugawa Yoshinobu, convencido de que eso era una ilegal salvajada, atacó Kioto, donde vivía el mismo emperador Hito. Comenzó así la guerra Boshin. Sus tropas triplicaban a las fuerzas imperiales, pero debido al refuerzo tecnológico y la adaptación a los nuevos tiempos, fueron derrotados y obligados a retirarse a Edo, donde tomarían posiciones. Saigo Takamori fue el líder del ejército imperial y el encargado de aplastar a los rebeldes. Poco tiempo después, Edo cayó y el emperador se trasladó allí y cambió el nombre del lugar por el de Tokio. Comenzaba la era Meiji.

Takamori se convirtió en consejero estatal y jefe del imperio. Muy nacionalista él, su idea era la de convencer al emperador de que había que romper las relaciones con los extranjeros y anexionarse Corea, invadir otros puertos y demás cosas nacionalistas, así como recuperar el sistema feudal que hasta ahora había estado presente en Japón. Como sus ideas chocaban con la realidad creciente del país, sus aspiraciones no fueron aceptadas, de tal forma que dimitió del cargo y se mudo a su lugar de origen. Mientras tanto, el emperador decretó el fin de la servidumbre tal y como se conocía, se instauró un sistema de instrucción militar obligatorio y nuevos avances para el pueblo como podían ser las pensiones, las becas, etcétera. Esto chocó muchísimo con la mentalidad de los samuraís que aún creían en el sistema de castas. Ya no podían ir armados con sus katanas ni estaban por encima del resto de ciudadanos con, ahora, derechos iguales a los suyos. Los samuráis debían abandonar su clase y pasarse a trabajos mundanos, vamos, como cualquier hijo de vecino.

Saigo Takamori se alzó en armas contra esta ignominia e inicio una marcha a Tokio con la intención de acabar con el gobierno. Sumó a miles de guerreros que compartían sus propios ideales. El imperio mandó a su ejercito (aún más preparado y moderno que el que el mismo militar había dejado atrás) y, tras varias batallas, llegó la última. Ésta duro nada más y nada menos que una semana entera y terminó con Takamori derrotado y herido, tanto física como espiritualmente. Así fue como «el último samurái» abrió su vientre mediante el seppuku y, posterior harakiri. De todas formas el gobierno reconoció de forma pública el valor de Saigo y éste recibió el indulto de forma póstuma.

Una cosa que no cambió en la mentalidad japonesa de la época fue que, años después y viéndose tan poderosos, comenzaron una escalada imperialista que desencadenó en millones de muertos en toda Asía (muy especialmente en China) desde principios del siglo XX hasta el fin de la segunda guerra mundial, donde los Estados Unidos obligaron, mediante dos «democratizantes» bombas nucleares y una nueva constitución redactada por el país anglosajón, a que los japoneses dejaran de lado sus ideas expansionistas.

El derrotado país, lejos de convertirse en un mero espectador en el devenir mundial, dedicó sus esfuerzos en consolidarse como una potencia económica exportadora que aún hoy día es de las más fuertes de la geografía terrestre.

MI SELECCIÓN FÍLMICA

El descubrimiento del cine en Japón fue acogido con tanta fuerza, que en los años 20 se hacían entre 800 y 900 películas mudas, cosa solamente comparable con el Hollywood estadounidense. Los japoneses supieron ver en este medio, no solo una nueva forma de expresión artística, también como un arma de glorificación de la nación, sus valores, costumbres e historia, así como una herramienta política muy eficaz. Con la llegada del sonido al formato, el cine japonés pasó a profesionalizarse aún más así que la producción bajó, pero su calidad creció mucho tal como se puede esperar de un país de artesanos como es Japón.

Dejando de lado las épocas de censura y las ostentosidades militares propias de la época vividas en prácticamente todos los países del mundo a lo largo del siglo XX, el cine japonés, desde una perspectiva puramente artística, siempre se ha caracterizado por contar historias muy melancólicas, profundas e introspectivas. En los films de mediados de siglo, los autores nipones le han dado un especial valor a los conflicto familiares, mundanos y realistas, poniendo a los individuos de frente contra los tremendos y constantes cambios que no dejaron de sacudir al país a lo largo de décadas.

El cine costumbrista japonés es de tiempos pausados, eternizantes silencios y justísimos diálogos, es el espejo de una sociedad en sí misma. Un retrato del ciudadano de a pié muy alejado de la cultura «pop» que comenzó a dispararse en los años 80. Llegaron las luces de neón, el anime (cine de animación), los videojuegos, una publicidad disparatada y muy, muy masiva… Mucho ruido, muchas luces, mucha purpurina, cosa que también se trasladó al cine aunque en menor medida que en otros países. Pues el japonés, y eso lo saben quienes allí han estado, sigue siendo, en lo personal, un hombre (o una mujer) comedido, pragmático y bastante encerrado en su idiosincrasia.

Pero aquí he venido a centrarme en un contexto histórico determinado. «Muy bien, allévoy».

EL AUTOR – AKIRA KUROSAWA

Kurosawa observa sonriente a Toshirō Mifune en el set de rodaje

No se puede entender el cine clásico japonés sin nombrar a su máximo exponente, y ese es sin duda el director Akira Kurosawa. Nacido en Tokio en el año 1910, éste es quizás el director con mejor reputación histórica de todo Japón. Dirigió unas 30 películas y fue galardonado con 3 Oscars de la academia. Dos de ellos a mejor película extranjera con sus filmes «Rashômon» y «Dersu Uzala», así como otro honorífico.

Comienzo rescatando las que, para mí, son sus tres obras clave para entrar en el Japón medieval.

LOS SIETE SAMURÁIS

Película del año 1954, dirigida por Akira Kurosawa.

Japón, siglo XVI. Un pueblo de campesinos es asediado periódicamente por unos bandidos que saquean sus casas y matan sin piedad. El anciano del lugar decide que es hora de contratar a unos samuráis que les protejan. Después de fallar en su intento en diversas ocasiones, pues no tienen mucho que ofrecerles a cambio, aparte de algo de comida, encuentran a Kanbei. Este consigue aliarse con otros seis guerreros apelando a la justicia, al honoro y la ética y juntos forman un grupo letal que se enfrentará al grupo de bandidos.

El filme apela al honor del samurái: la gran virtud de hacer lo correcto. Como ya he comentado en el análisis histórico, el samurái se regia por no temer a la muerte siempre que ésta sea en batalla y cumpliendo con el código del guerrero, el Bushidō.

La película está protagonizada por Toshirō Mifune, actor fetiche de Kurosawa ya curtido con anterioridad en filmes de samuráis. Uno de los actores más representativos del cine clásico japonés. Cumplía con el prototipo de galán y ejemplo de masculinidad muy en la línea de las grandes estrellas de Hollywood.

El gemelo americano de «Los siete samuráis». En el México cercano a la frontera de los Estados Unidos, encontramos la misma historia y la misma estructura que la de «Los siete samuráis». John Sturges filmó en 1960 su película «Los siete magníficos». La película estaba protagonizada por Yurl Brynner, Steve McQueen, Charles Bronson y Eli Wallach, entre otros.

Los 7 «made in USA»

YOJIMBO

Película del 1961, dirigida por Akira Kurosawa.

Año 1860, siglo XIX, en pleno shogunato de Tokugawa. Un rōnin (samurái sin amo) llamado Sanjurō (interpretado por Toshirō Mifune) sobrevive como puede haciéndose valer de su dotes de guerrero. Vagando por el país llega a un pueblo que está siendo dominado por dos clanes en constante lucha de poder. Por un lado tenemos el clan de Ushi-Tora y por otro el de Seibei.

Sanjurō, quien siente un profundo desprecio por los bandidos, empezará a tomar partido por uno y por otro en diferentes momentos con un fin que va más allá que obtener meros beneficios económicos.

Como ya comenté en el artículo sobre EL OESTE AMERICANO, esta película influenció a Sergio Leone para crear su primera parte de la trilogía del Dólar; «Por un puñado de dolares». Obra que supuso el cabreo de Kurosawa quién llegó a llevar a Leone a los tribunales por plagio. Y, aunque la película del italiano es una auténtica maravilla, algo de razón tenía el director japonés.

RASHôMON

Película del año 1950, dirigida por Akira Kurosawa.

Siglo XII, Kioto. Cae una fuerte lluvia. Bajo las puertas de un derruido templo de Rashômon, un leñador, un sacerdote budista y un peregrino discuten sobre el juicio a un bandido (Toshirō Mifune again) acusado de matar a un señor feudal y violar a su mujer. Todo lo que ha sucedido está contado desde las perspectivas del bandido, de la esposa del señor y por el leñador, este último, único testigo de todos los hechos.

Una obra maravillosa, donde se nos muestra que las cosas no son lo que parecen y que muestra un fiel reflejo de la realidad imperante en un mundo donde ciertas facetas de la condición humana parecen inalterables pese al paso del tiempo.

RAN

Película del año 1985, dirigida por Akira Kurosawa.

Era Sengoku, durante una cacería, el patriarca Hidetora decide abdicar dando el control del reino que ostenta a sus tres hijos. Esta decisión será el pistoletazo de salida de una lucha de poder fratricida que terminará por dividir a su propia familia, al clan Ichimonji y acabará por completo con sus años de reinado.

Obra maestra en color del director japonés. Basada, entre otras referencias, en la Tragedia del Rey Lear escrita por William Shakespeare. Una de las películas más espectaculares, épicas y apabullantes que ha dirigido el maestro Kurosawa. Destaco la exquisita fotografía y la gran caracterización en este ejercicio sobre la traición, la avaricia, la culpa y el sinsentido de la guerra. Eso sí, las calvas de látex de algunos personajes en algunos momentos podrían estar mejor hechas (alguien lo tenía que decir).

La película cuenta con la interpretación de Tatsuya Nakadai en el papel del anciano Hidetora Ichimonji. Reconocido actor japonés que ya participó en otras cintas de Kurosawa como «Yojimbo» y en otras tantas contextualizadas en el Japón feudal, como la próxima película que aquí expongo.

Otros filmes de Kurosawa ambientados en el Japón feudal muy recomendables son «Trono de sangre» (1957), «La fortaleza escondida» (1958) o «Kagemusha» (1980). Casi todas las películas del director nipón que aquí nombro (sino todas las que he escogido) se pueden encontrar en Filmin.

Y ahora vamos con filmes de otros directores.

HARAKIRI

(SEPPUKU)

Versión original del año 1962, dirigida por Masaki Kobayashi.

Un samurái (Tatsuya Nakadai) pide permiso para practicar el harakiri, el ritual ceremonioso en el que se quitará la vida. El acto consiste en abrirse el estomago (seppuku) al mismo tiempo en que otro samurái de confianza le decapita (harakiri). También pide poder contar la historia que ha provocado que tome esa decisión.

Es muy común ver como el cine japonés se acerca al concepto del honor para tratar de indagar con profundidad en este mensaje tan instalado en su propia cultura.

HARA-KIRI

(MUERTE DE UN SAMURÁI)

Remake del año 2011, dirigida por Takashi Miike.

Este filme es un remake que Takashi Miike hizo sobre el original de Masaki Kobayashi. La trama es prácticamente idéntica a la anterior.

Miike es uno de esos directores que sí han dado un salto de gigante a la hora de cambiar el cine japonés. Aquí, en cambio, decidió ofrecernos su faceta más clásica.

ZATôICHI

(THE TALES OF ZATôICHI )

Versión original del año 1962, dirigida por Kenji Misumi.

Esta es la primera película de una larga saga (hasta 27 films) basada en este emblemático personaje.

Zatoichi es un masajista ciego con una gran habilidad con la espada y demás artes guerreras. En medio de la lucha entre dos clanes yakuza; los Lioka y los Sasagawa, sus cualidades saldrán a la luz.

ZATôICHI

Remake del personaje del año del año 2004, dirigida por Takeshi Kitano.

Este remake dirigido e interpretado por el gran actor y director Takeshi Kitano (sí, el de humor amarillo), nos muestra una revisión del personaje de Zatoichi.

Aquí encontramos al personaje vagando hasta llegar a una ciudad montañosa la cual está bajo el yugo de la banda Ginzo. Allí, él y su amigo Shinkichi conocen a una geishas (damas de compañía, que no necesariamente prostitutas, japonesas). Estas se encuentran en la ciudad para vengar la muerte de sus padres. Pronto, Zatoichi demostrará sus habilidades.

Buena película, aunque al final acaben todos bailando y te quedes en plan… WTF!

SILENCIO

Película del año 2016 dirigida por Martin Scorsese.

Siglo XVII, era Tokugawa. Dos jesuitas portugueses (Andrew Gardfield y Adam Driver) viajan a Japón para buscar a su mentor, el misionero Padre Ferreira (Liam Nesson). El rechazo que los señores japoneses han visto en los «bárbaros» extranjeros, ha propiciado una persecución implacable contra todos ellos y especialmente contra sus dogmas e ideas, las cuales estaban consideradas muy peligrosas. Los rumores dicen que tras ser torturado, el Padre Ferreira ha renunciado a su fe, cosa que sus discípulos no acaban de creer. Al llegar al país del sol naciente, los pupilos vivirán en sus propias carnes la violencia que los señores feudales han impuesto sobre cualquier signo relacionado con el cristianismo.

+ EXTRA

EL ÚLTIMO SAMURÁI (THE LAST SAMURAI)

Película del año 2003. dirigida por Edward Zwick.

Esta es una versión «a la americana» de la historia de Jules Brunet. Este fue un militar francés que viajó a instruir al ejército japonés y acabo luchando al lado de los samuráis.

En el filme (protagonizado por Tom Cruise), Nathan Algren es un militar alcohólico atormentado por su participación en las guerras territoriales contra los indios. – Aquí volvemos a tener en un mismo plano el Far West americano y el Japón del samurái – Él, dedica su tiempo a exponer las más modernas armas de fuego en ferias. Pronto recibe la oferta de viajar a Japón para instruir al ejército en plena era aperturista. Pero unos enemigos milenarios aparecen y el contingente Nathan, poco preparado acaba siendo masacrado por esos extraños guerreros de grandes armaduras y larguísimas espadas. El protagonista lucha con valor pero cae derrotado. No obstante, su forma de luchar hace que el líder de los samuráis, Katsumoto (el actor internacionalmente reconocido Ken Watanabe), le perdone la vida y lo lleve a su aldea para curarlo.

Al despertar, el norteamericano se encuentra en un mundo muy diferente. Allí descubrirá muchas cosas sobre los samuráis y quedará tan maravillado por sus costumbres y tradiciones que tomará la decisión de aliarse con ellos en la guerra contra el nuevo orden que rige el país.

Y hasta aquí mi selección fílmica, espero que te haya resultado útil.

Yo ya me voy yendo… ¡HASTA LA VISTA!

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