ROLLERBALL – Retrato del (posible) mundo que viene

(OJO, SPOILERS)

Hace poco he podido ver por primera vez la película «Rollerball», film del año 1975 dirigida por el director canadiense Norman Jewison y con guion de William Harrison (también escritor de la novela en la que se basa la cinta y de título «Roller Ball Murder» – 1974). Ésta obra nos sitúa en un futuro distópico (en el filme el ya pasado 2018) donde el mundo está controlado por una serie de compañías que rigen la voluntad de la sociedad eliminando por completo el desarrollo personal de los individuos a cambio de una falsa sensación de confort a costa de su libertad. Jonathan E. (interpretado por James Caan) es la gran estrella del deporte rey que domina el mundo, el Rollerball, un sangriento deporte donde la violencia es protagonista. La grandeza de Jonathan es tal que los gerifaltes de las compañías deciden que es hora de que se retire, pues la imagen que transmite al público es que con esfuerzo, perseverancia y talento, uno puede destacar por encima del resto. Algo que consideran muy peligroso.

La película no ha podido, sino, estremecerme por las grandes similitudes que comparte con el contexto sociológico de hoy (salvando las distancias, que tampoco soy un apocalíptico). Por esa razón, he decidido analizarla punto por punto en contenido y buscar las inquietantes semejanzas que guarda con nuestra época y con el mundo que parece estar llegando. Si es que, en cierto modo, no ha llegado ya. Como ya aviso arriba, este artículo contiene spoilers. Si alguien no la ha visto y quiere hacerlo, que lo haga antes. La película está disponible en Filmin.

El reflejo catastrofista en la sociedad moderna (o postmoderna), es algo que también podemos ver en films críticos como «Robocop» (1987 – Paul Verhoeven), «Están vivos» (1988 – John Carpenter) o la divertida «Demolition Man» (1993 – Marco Brambilla) pero, a mi modo de verlo, «Rollerball» va un pasito más allá.

EL MUNDO DE HOY

Ante todo decir que, por muy Orwelliano que se esté volviendo el mundo, uno no es Don Conspiración ni esto es «Mundo Desconocido». ¿Ok?

Los poderes fácticos siempre han tratado por todos los medios tener el máximo control e influir de la mayor forma posible sobre la ciudadanía. Esto, por mucho que crean algunos, no lo inventó el jefe de propaganda del partido nazi, Joseph Goebbles. Ya fuese la iglesia, los partidos políticos (o el mismo estado), las empresas, los lobbies de presión e incluso los mismos medios de comunicación (ya sea por interés de los primeros o por intereses propios), han tratado de que su mensaje sea aceptado comúnmente como una verdad absoluta e irrebatible.

En un mundo cada vez más globalizado, en plena época de pandemia, recesión económica, sobresaturación de información (y desinformación), además de una peligrosa polarización política, contamos con herramientas que pueden verse como democratizantes. Internet y las redes sociales son el máximo exponente de ello. En un inicio podemos ver en ellas una ventana de libertad para poder expresar nuestras inquietudes e ideas. Y de momento lo son, aunque cada vez hay más y más episodios que hacen que se pueda empezar a dudar de ello. Pues también son una forma de control que va más allá de lo que nos gustaría si no hay un control, valga la redundancia, sobre las mismas y eso es algo que muchas veces ni nos planteamos. Y no me estoy refiriendo a un control censor sobre las opiniones, es sobre como se pueden volver esas opiniones en contra de uno. Pues, como los culos, todos tenemos una, aunque muchas veces nos creamos que ésta sea relevante, ese es otro tema.

A lo que voy es que estamos constantemente compartiendo información personal con terceros. Terceros que amasan cantidades ingentes de datos personales con la intención de utilizarlos para sus propósitos. Estos terceros no dejan de ser empresas con intereses políticos propios, muy ligadas a los estados pero con cada vez un mayor poder. Éstas, aparte de contar algunas con fortunas superiores al PIB de varios países juntos, tienen la capacidad de generar opinión allí donde les pueda interesar generarla. Y no digo que esto sea malo per se, el peligro viene cuando este discurso se vuelve hegemónico y los demás, vistos como disidentes, son censurados mediante una maquinaria brutal de ingeniería social que puede estigmatizar e incluso anular al individuo y su propio juicio de valores. Siempre hemos sido prisioneros de aquello que expresamos, pero ahora lo somos con juicios de dudosa procedencia y autoridad.

A día de hoy y cada vez más, para sobrevivir, uno debe estar en Internet por diversas y conocidas razones. Esto ha llegado para quedarse y no hay vuelta atrás. Por esa razón, toda esta cultura de la cancelación (fomentada muchas veces, cómo no, por intereses políticos y que afecta tanto a personas, empresas u otros entes políticos), y la posterior autocensura a la que nos vemos expuestos por temor a ser tachados de algo que no somos por el mero hecho de ofrecer un punto de vista crítico, son en si mismas formas totalitarias que destruyen el debate intelectual, el libre pensamiento ideológico e incluso, y cada vez más, el artístico.

Podemos ver aquí el arma perfecta que, tras una imagen de libertad (tú di lo quieras que luego verás que pasa), podemos caer en una despersonalización total del individuo más propio de los regímenes totalitarios.

Nota importante: Excluyo de lo que considero opiniones críticas aquellas que tengan claras connotaciones llamando a la violencia o los claros discursos de odio. Aunque ¿Dónde está la línea? Yo soy de los que aboga por que la libertad de expresión no tenga límites, pero si consecuencias aunque estas no deben pasar por la censura de parte de determinados medios. Esto, creo, que corresponde a la sociedad en sí misma. Una sociedad que debe estar formada para poder confrontar esas ideas. Aunque este es otro debate y puedo tirarme horas escribiendo sobre ello.

Y ahora, tras la chapa, vamos con «Rollerball».

EL OPIO DEL PUEBLO

El Rollerball. Un brutal juego donde la muerte está presente en cada partido. Una mezcla de Hockey patines, Rugby, ciclismo en pista (pero con motos) y artes marciales mixtas. Cada equipo debe hacerse con una bola de acero (similar a la de la petanca) que sale folladísima de un lado de la pista circular mientras los jugadores avanzan por ella e introducirla en una especie de cesta magnética. Estamos ante el nuevo deporte rey. El más importante y seguido, por no decir el único. Las masas jalean y se revientan a palos entre ellos para defender a su ciudad. El equipo más destacado de este torneo, mundial además, es el de la ciudad de Boston y su gran estrella es Jonathan E. El más grande de todos los jugadores que el Rollerball ha conocido. Al inicio de la película se nos muestra un partido de lo que parecen ser unos cuartos de final entre Boston y Madrid. El primero, vencedor, deberá enfrentarse a Tokio. Y es ahí donde las cosas se complican.

Los deportes triunfan por muchos motivos. Aportan valores como la superación personal o el compañerismo. A la mayoría nos gusta verlos e incluso, a algunos, practicarlos. El llamado «opio del pueblo», una afirmación con la que, por cierto, no estoy de acuerdo. Pues la sociedad tiene derecho y, además es importante para su salud mental, que pueda abstraerse de sus problemas cotidianos con lo que sea. Todo esto sin obviar el uso anestesiante que se le puede dar por parte de los que mandan y como aquí, en el filme, lo vemos claramente. Hoy día, los grandes referentes en el deporte son ídolos de masas. Las empresas e instituciones los «utilizan» (lo entrecomillo porque ellos también se benefician de ello) como imagen corporativa o referente nacional. A nuestro protagonista le sucede exactamente lo mismo. Pero cuando ya está en la cúspide le ocurre algo que no esperaba, pues no es más que otro títere del sistema.

Antes de cada partido, público, jugadores y magnates, escuchan el himno de la corporación como si de un orgulloso país se tratara. No podía ser de otra manera…

EL PODER

La élite. Los estados dejan de tener el poder para dar paso a un conglomerado de corporaciones, las cuales se nos plantean como energéticas (de recursos primarios y secundarios) y son quienes ostentan todo el poder. De hecho, la empresa a la que pertenece el equipo de Boston se hace llamar «Energia» (también podemos encontrar otras como «Alimentación», «Vivienda» o «Lujo»). Estas compañías acaparan todo el capital y, por supuesto, dominan la opinión pública y rigen el destino de los ciudadanos bajo una especie de autocracia que no parece contar una ideología definida de control absoluto. Más bien parecen un pastiche de aquellas imperantes en el siglo XX. En algunos puntos nos pueden parecer oligarcas capitalistas, en otros momentos líderes de un férreo sistema comunista, aunque no parecen definirse.

Para ellos, Jonathan es peligroso. Jonathan destaca por encima del resto y, sea como sea, las corporaciones no pueden permitirlo ya que eso choca con el colectivismo extremo al que tienen sometida a la sociedad. Así pues, el alto ejecutivo de «Energía» (interpretado por John Housman), se cita con Jonathan para hacerle saber que debe «colgar las botas». De esta manera le preparan su discurso de retirada y le agasajan con una nueva chica que va a vivir con él. Sí, le ponen y quitan chicas para que no se nos aburra. Muy sano todo. Lo que sucede es que ésta va preparada para intentar convencerlo y Jonathan se da cuenta, aunque él lo que quiere es recuperar a la que era su esposa, la cuál perdió por capricho de otro de los mandamases del entramado corporativo. Algo que, en principio, no es posible.

Mackie (Pamela Hensley) y Daphne (Barbara Trentham). Compañeras de «convivencia» cortesía de la corporación.

Visto que nuestro protagonista no se baja de la burra, pasan a la acción eliminando parte de las reglas en el próximo partido ante Tokio, eliminando el tiempo límite. Algo que hace que la peligrosidad aumente, tienen así la esperanza que Jonathan se replantee su propuesta.

LA SOCIEDAD

En un mundo en paz, la población se vislumbra «feliz» e igualitaria independiemente de su raza o sexo. Todos se entremezclan sin distinción. Bajo esa apariencia en ningún momento se nos muestra una estructura familiar sólida. Las parejas se comparten sin compromiso y sin valor. Todos están tutelados y parecen asimilarlo con resignación bajo una sonrisa impostada. El abuso de «píldoras», parece aceptado y no creo que la intención sea que pensemos que son simples aspirinas. Una sociedad infantil, vacía y anestesiada mediante el uso de drogas, el entretenimiento, con todas las necesidades básicas cubiertas, pero despojada absolutamente de lo más importante, su propio y real albedrío. Comodidad a cambio de libertad. Paz a cambio de control. ¿Te suena alguna cosa de todo esto?

Es especialmente gráfica la escena en que parte del grupo de invitados a la fiesta del equipo de Boston se divierte disparando a los arboles con una pistola.

JONATHAN E. – EL INDIVIDUO

Él es la viva imagen de las ansias de libertad más primarias. Jonathan no entiende la razón por la cuál se le pide (obliga) a retirarse. Pregunta a su amigo y mentor, Cletus (interpretado por Moses Gunn), el cual se suele mover entre las altas esferas, sobre los motivos de la corporación para proponerle tal cosa. Aunque poco le puede ayudar debido al alto secretismo. Así, al no ver nada claro, decide rebelarse y seguir jugando convirtiéndose así en un auténtico outsider. Jonathan se niega a desaparecer.

Aunque la corporación no llega a utilizar la violencia física real con Jonathan, y no parecen estar dispuestos a hacerlo ya que parece que, pese al control de las corporaciones, en el mundo de «Rollerball» siguen existiendo ciertas líneas que no se pueden cruzar. Aún así el chantaje no cesa y sus formas tienden a ser más «sutiles» como el cambio de reglas ya comentado ante su partido contra Tokio. En ese mismo partido pierde a su mejor amigo y compañero Moonpie (interpretado por John Beck), que queda en un coma irreversible. Rápidamente y con insistencia por parte de las autoridades sanitarias, es Jonathan quien debe firmar la autorización para que apliquen la eutanasia a su amigo, pues este no cuenta con familia cercana.

Otra de las cosas que no escapan del análisis que la película nos intenta mostrar sobre el mundo que viene. Jonathan se niega y decide hacerse cargo de Moonpie él mismo.

Hay dos momentos claves en el filme para que el personaje de Jonathan evolucione y acabe tomando su decisión final.

La primera es cuando viaja al encuentro de un potente ordenador que es el gran acumulador de información (Big Data) de la historia para encontrar respuestas sobre lo que está sucediendo. Ahí descubre parte de los datos sobre las corporaciones que estaba buscando.

La segunda es cuando, en un último intento de persuasión, envían a su mujer Ella (la de verdad y que le fue arrebatada, interpretada por Maud Adams) a la casa del primero para convencerle de que deje el Rollerball. Al darse cuenta de las intenciones y dolido por la traición, toma su decisión final. Jugar el último partido del campeonato contra el equipo de Nueva York.

Este último partido vuelve a sufrir cambios en el reglamento, aparte de que ya no habrá tiempo límite, tampoco cambios. Esto se traduce en una auténtica masacre. Los jugadores de ambos equipos empiezan a quedar seriamente lesionados e imposibilitados, sino, muertos.

Jonathan acaba herido, pero se mantiene en pie. Al final es el único en pie. Coge la esfera y como puede la introduce en el aro. El público estalla y corea al unísono su nombre frente a la furiosa mirada de los magnates corporativos. Esa es su gran victoria contra el sistema. Ante todo, tener libertad de elección sobre su propia vida.

LA CONCLUSIÓN

«Rollerball» parece un ejercicio destinado a vislumbrar un incierto futuro desde un punto de vista muy atento y trabajado sobre la sociedad y el camino hacia el que, según el escritor William Harrison, parece abocarse.

A nivel cinematográfico, estamos ante un filme correcto. Con escenas de acción muy bien ejecutadas propias de la época (no olvidemos que es una obra del año 1975). Un uso estético pulido que se puede ver tanto en el vestuario como en la potente banda sonora. Eso sí, que nadie espere ver «Blade Runne. Aquí no se ha buscado plasmar un futuro con coches voladores y personajes variopintos, más bien todo lo contrario. Las interpretaciones están bien ajustadas destacando especialmente la del propio James Caan en el papel de Jonathan E.

Por cierto, la película cuenta con un Remake del año 2002 dirigida por el magnifico John McTiernan (otro que merece un artículo propio), director de obras como «Depredador» (1987), «La Jungla de cristal» (1988) o «La caza del octubre rojo» (1990). Reconocidas maravillas pero que aquí se marcó un truñasco de campeonato. Así que nada. Mejor no le doy mucho más bombo.

Pues ahí queda eso por hoy, libertad y… ¡HASTA LA VISTA!
2 Comments

Add a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *